Las mujeres y el currículum de Historia: ¿de la ocultación a la suplantación?
Reproducimos el artículo de nuestra compañera Miren Arrate de la Torre “Las mujeres y el currículum de Historia: ¿de la ocultación a la suplantación?” publicado en El Común el 15 de junio de 2022.
Las Ciencias Sociales pretenden conocer las sociedades y las culturas humanas mediante el estudio de sus formas de organización, creencias, valores y prácticas, restos materiales, documentos, y de sus producciones artísticas en un sentido amplio. Las docentes que enseñamos Historia, Geografía e Historia del Arte nos enfrentamos a diferentes obstáculos entre los que destacan unos currículos inabarcables totalmente sesgados por la mirada androcéntrica. Las mujeres no están representadas en los libros de texto, ni sus nombres propios ni su experiencia histórica. Esto hace sumamente difícil nuestra tarea de coeducar, si se oculta o se prescinde de la mitad de la humanidad.
A finales del siglo XX, gracias a la influencia del feminismo, las universidades del mundo occidental abrieron primero estudios de Historia de las mujeres con el objetivo de sumar el conocimiento de la historia al saber histórico e, inevitablemente, transformarlo. Las feministas pusieron sobre la mesa el androcentrismo de la Historia y de las Ciencias Sociales, donde la perspectiva que se utilizaba para conocer el pasado giraba en torno al hombre y se dejaba fuera del discurso académico las perspectivas y las experiencias de la mitad de la Humanidad, las mujeres.
Así, se reivindicaba la Historia de diferentes mujeres que habían conseguido tener relevancia política, algunas incluso llegando a ejercer el poder como la reina Elizabeth I de Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVI. Este conocimiento es fundamental para, como sostienen algunas mujeres -por ejemplo, Ana López Navajas en su proyecto Women’s Legacy)- tener una visión más completa de la Historia y poder dotar de referentes mujeres a nuestro alumnado.
Cuando explicamos en los institutos la Historia o la Historia del Arte, nos encontramos con que, a pesar de que la Historia de las mujeres se encuentra en las universidades desde hace décadas, las mujeres no están en los libros de texto. En algunos manuales de Secundaria aparecen de forma residual como ejemplos anecdóticos y excepcionales, pero se las excluye del relato general de la Historia.
Somos muchas las docentes que, empeñadas en cumplir con el objetivo de la Coeducación que defendemos y que marcan las leyes procuramos incluir la voz de las mujeres en el relato histórico que transmitimos en las aulas, no como casos aislados sino haciendo referencia expresa a las mujeres anónimas o destacadas en los diferentes períodos históricos que nos toca abordar en clase. Pero parece que incorporar en el relato histórico a las mujeres, que somos la mitad de la población, es más difícil que introducir referentes inventados por el movimiento queer. Véase la polémica abierta sobre el cambio del nombre de la calle Amara Catalina de Erauso por el de “Antonio de Erauso” en San Sebastián, un proyecto tan falaz como bien financiado También ahora, la conocida como “Monja Alférez” resulta que era un hombre trans. El ideario queer se ha popularizado hasta el punto de que una alumna no duda en sostener en clase que “ya en el Antiguo Egipto había tres géneros porque hubo una reina que, en realidad, se sentía hombre y actuó como tal”. Por supuesto, se trata de Hatshepsut, que asumió el papel de faraón a la muerte de su esposo. En el Antiguo Egipto, el título de faraón lo ejercían los varones. Era un título hereditario y las consortes no ostentaban tal categoría. Una serie de condiciones permitieron que Hatshepsut la llevara a ocupar el puesto a modo de regencia de su hijastro Tutmosis III. Para consolidar su posición, cambió su nombre por el de Maatkare Hatshepsut y se mostró como soberano de Egipto luciendo los atributos del faraón como la barba postiza y el tocado nemes, así como los epítetos reales masculinos (Rey del Alto y del Bajo Egipto, Señor de las Dos Tierras). Su gobierno fue tan aceptado que, durante casi 20 años, el reino tuvo dos faraones, ella y Tutmosis III sin conflictos aparentes.
Que Hatshepsut era una mujer bien lo sabemos porque, además de ser la madre de Tutmosis, décadas después de su muerte la ortodoxia egipcia intentó borrarla de la Historia y de la memoria, incluso se borró su nombre en las listas de reyes. Para un rey del Antiguo Egipto, que se borrara su nombre era una desgracia porque implicaba el olvido, el no ser nombrado, el ostracismo de la memoria que significaba no existir, no ser. Se pretendió así, borrando el nombre de Hatshepsut, hacer que esta mujer nunca hubiera reinado y que su poder nunca hubiera sido real.
Ahora, por si este borrado fuera poco para ella, también quieren borrarla los seguidores de la ideología queer proclamando, sin ningún tipo de rigor histórico, que esta mujer en realidad era un hombre porque, según los postulados identitarios, si se retrataba luciendo barba es que su identidad sentida era la masculina.
En la historiografía, a este tipo de pensamiento se le llama presentismo, es decir, realizar una analogía anacrónica sobre el pasado introduciendo nuestra visión actual de la sociedad, la cultura, la política o la economía. Por otro lado, se está manipulando la Historia para adaptarla a las necesidades propagandísticas de una ideología que tiene entre sus fines la eliminación de la experiencia vital de las mujeres en el pasado para justificar su borrado en el presente. ¿Por qué no escuchamos propuestas sobre Boabdil como trans si “lloraba como una mujer lo que no había sabido defender como hombre”, o sobre Carlos II El Hechizado, con su larga melena, incluso rara en su tiempo y contexto? Hemos sabido siempre que hubo hombres (reyes, dramaturgos, poetas, músicos, pintores) que eran homosexuales, pero de ninguno se ha dicho que fueran realmente mujeres.
Desde el rigor histórico y desde el análisis feminista no se puede retorcer más la Historia. ¿Por qué se pretende borrar de la Historia a las mujeres de forma sistemática? ¿Por qué las mujeres tenemos que aceptar y dar por buena esta reinterpretación misógina? Mi profesor de Arqueología del Antiguo Egipto nos explicó el sofisticado sistema de poleas (y los miles de esclavos muertos) que se utilizó para construir las pirámides, desmintiendo unos postulados que había (y hay) sobre que los arquitectos de estos monumentos funerarios habían sido los extraterrestres. Me gustaría saber su posición sobre estos desvaríos que intentan borrar la contribución histórica de las mujeres que afrontaron numerosos obstáculos en un mundo creado por los hombres para los hombres. Debemos defender la memoria histórica las mujeres que están corriendo la misma suerte, como Juana de Arco, Elena de Céspedes y Concepción Arenal que tampoco se libran de caer en la manipulación de los supuestos historiadores o arqueólogos queer.
Pretender que Hatshepsut no era una mujer supone afirmar que “la mujer” no tiene cabida en el poder, ni en el discurso. Es volver a consideraciones decimonónicas y ultraconservadoras contra las mujeres y destruir los avances logrados por el feminismo en la historiografía. Negar que son mujeres por haber detentado un cargo político, por luchar en una guerra, por cazar, por escribir, por componer o por pintar es volver a invisibilizar la experiencia de las mujeres y excluirnos de la Historia de la Humanidad. Es intentar volver a adscribirnos al concepto “naturaleza”, negándonos la contribución en el concepto “cultura”. Es restaurar la creencia en que sólo los hombres, nunca cuestionados ni por sus atuendos ni por su orientación sexual, son los dueños de “la palabra”, mientras las mujeres solo existen para reproducirlos y satisfacerlos. Es condenarnos a un “no-ser” histórico. No lo consentiremos: Hatshepsut era una mujer y es crucial que las alumnas y los alumnos aprendan de su caso.