Malas noticias: la educación debe volver a la agenda feminista

Reproducimos aquí el artículo «Malas noticias: la educación debe volver a la agenda feminista» escrito por Silvia Carrasco para El País-Educación el 11 de febrero de 2022.



La primera y esencial evidencia de la artificialidad de la subordinación de las mujeres y su consideración inferior, ya desde las precursoras del pensamiento feminista, fue señalar cómo, para mantener sujetas y dependientes a las mujeres, debían ser igualmente mantenidas en la ignorancia, sin elementos ni herramientas para comprender ni cuestionar, y mucho menos alterar, el orden político y moral patriarcal. La educación fue el primer estandarte de la agenda feminista.

Ahora, este ámbito de las reivindicaciones feministas que parecía gozar de avances inequívocos puede resultar un espejismo desde la perspectiva de la emancipación. Cuando los niveles educativos de las mujeres ya superan los de los hombres, se han infiltrado en las instituciones educativas ideas que no solo impiden comprender y desmontar el género como sistema de diferenciación, subordinación y dominación de las mujeres, sino que lo redefinen y reifican como si se tratara de una identidad. El proceso de resignificación posmoderna de las herramientas de análisis y lucha feministas tiene una puerta de entrada y legitimación masiva a través del sistema educativo en todas sus etapas.

En la Universidad, ya es común el repertorio terminológico y conceptual que valida la ideología de la identidad de género y su negación de la realidad material del sexo en aulas, normativas y formularios, en la producción científica, e incluso en las unidades y planes para promover la igualdad en la academia. El impacto resulta letal en la formación inicial del profesorado. Además del concepto de género, también la coeducación, la diversidad y la inclusión, elementos clave de una educación democrática para la igualdad, están siendo tergiversados y suplantados, como mostró el CongresoDoFemCo2021 celebrado en noviembre.

Pero esta penetración ideológica en la Universidad se ha producido también por otras vías, con la normalización progresiva de prácticas contrarias a la emancipación de las mujeres. Los tablones de anuncios son periódicamente empapelados con propaganda sobre el negocio mundial de la ovodonación, presentada como práctica moderna, inocua y solidaria dirigida al reclutamiento de las estudiantes, sin mención alguna de sus consecuencias para la salud de las donantes. La resignificación de la prostitución como trabajo sexual hace tiempo que forma parte del aparato conceptual supuestamente feminista de algunas disciplinas. Antes de la pandemia, se organizaron “debates” en varias universidades que no eran más que formas camufladas de promoción y reclutamiento de mujeres jóvenes. Siempre incluían a mujeres prostituidas “por elección” cuyo testimonio presentaba las ideas abolicionistas como arcaicas, mojigatas y contrarias a sus supuestos derechos laborales. También la pornografía ha ido haciéndose un lugar como una herramienta más de educación sexual desde los postulados de la llamada pedagogía queer, en auge en la mayoría de las facultades de educación.

En ambos casos, se ensalza a un sujeto mujer joven con el supremo derecho a elegir, el epítome del empoderamiento: con derecho a vender su cuerpo como mercancía, se trate de sus óvulos o de su vagina, sin suscitar sospecha ni rechazo desde la institución universitaria.

Además, la penetración de la ideología transgenerista no solo tiene a la filósofa Judith Butler como referencia intelectual omnipresente. También emula su tendencia a calificar de fascistas a las feministas críticas con sus postulados, como hizo a principios de este curso en una entrevista en The Guardian. La nueva hegemonía no solo se impone mediante la neolengua, con expresiones inventadas que borran a las mujeres en la docencia y la investigación. También lo hace el profesorado que se refiere despectivamente en clase a “las clásicas” y el alumnado que protesta contra las profesoras que sostienen, por ejemplo, que los hombres no pueden gestar y no se refieren a ellos al analizar la experiencia de la maternidad. Claro que, mientras tanto, la Generalitat de Catalunya impulsa cursillos que pretenden sensibilizar sobre la diversidad de modelos familiares en las que uno de los contenidos consiste en “preparar a la escuela para recibir a padres embarazados”.

Lo más grave es que al ser acusadas de transfobia solo podemos intentar demostrar que no promovemos el odio a pesar de sostener que la autodeterminación del sexo es una ficción. De hecho, el anteproyecto de ley “trans” del gobierno propone invertir la carga de la prueba, validando este marco mental como único marco legal que impone multas y sanciones a la discrepancia. El ambiente lo completa el grito de guerra “kill the TERF”, presente en todos los baños de la universidad, progresivamente transformados en “inclusivos” para que los chicos puedan entrar en los de las chicas, incrementado el riesgo de agresiones que advierten todos los estudios.

Decía Orwell que no veríamos venir al nuevo totalitarismo porque no se iba a presentar de uniforme y con botas militares. Lo confirman los alarmantes testimonios en primera persona de académicas y estudiantes críticas con la ideología transgenerista en España y en otros países durante el congreso. La educación debe volver cuanto antes a las reivindicaciones de la agenda feminista.


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