Sexo, género, ciencia y anticiencia en educación

Reproducimos aquí el artículo  “Sexo, género, ciencia y anticiencia en educación” de nuestra compañera María Loureiro publicado por la revista Magisterio el pasado 27 de septiembre de 2023.


Conocer la ciencia y sus métodos forma parte del currículo de Educación Secundaria. Para ello se propone un acercamiento epistemológico adecuado al nivel del alumnado de los métodos de la ciencia con el objetivo, entre otros, de que sea capaz de aplicar este conocimiento sabiendo identificar ideas pseudocientíficas y creencias infundadas y adoptar una actitud crítica ante sus afirmaciones. Pero difícilmente se logrará este objetivo cuando el sistema educativo abre las puertas a la entrada de estas ideas y creencias, llegando a incorporarlas de manera reglada o a introducirlas en la formación del profesorado.

Los conocimientos que integran la ciencia están estructurados, la actividad científica sigue un proceso planificado y ordenado, los conocimientos deben ser demostrables y verificables, no está sujeta a opiniones o prescripciones indiscutibles y dogmáticas, es susceptible a cambios y se construyen nuevos conocimientos partiendo de los anteriores. La ciencia genera conocimiento que debe ser validado o refutado por personas expertas previamente a la publicación (peer review), pero puede darse la circunstancia de que investigaciones mal fundamentadas o desarrolladas sean publicadas. Estos artículos, una vez publicados, deben ser escrutados por la comunidad científica (post peer review) sin dar por sentado que son verdades inamovibles. Si bien la ciencia tiene mecanismos de autorregulación para la comprobación de la calidad de las investigaciones, no está exenta de mala praxis, sesgos e injerencias ideológicas. Es necesario, además, distinguir entre teorías que cuentan con amplio consenso científico y publicaciones puntuales, pues es un error común transmitir una idea como cierta justificándola porque “aparece en una publicación científica”.

La anticiencia promueve un rechazo dogmático e irracional de las tesis científicas sobre determinados fenómenos, como puede ser, por ejemplo, la negación de la efectividad de las vacunas. Obedece a motivaciones emocionales o ideológicas, rechazando el consenso científico con argumentos ajenos a la ciencia y defendiendo las afirmaciones de forma rígida y, a menudo, emocional.

Las pseudociencias son las teorías más peligrosas, pues se hacen pasar por ciencia cuando no lo son y contradicen teorías científicas ampliamente aceptadas aún sabiendo que sus tesis pueden ser refutadas empíricamente. La homeopatía es un ejemplo popular. El hecho de que se hagan pasar por ciencia provoca que tengan un gran poder persuasivo entre la población y que se extiendan con facilidad.

Desde hace unos años se extiende una ideología que promulga la existencia de múltiples “géneros” con los que podemos identificarnos, que cada persona posee unos niveles de masculinidad y de feminidad propios o una “identidad de género” innata que nos hace mujeres, hombres o personas “no binarias” y que todo ello es independiente de un sexo supuestamente “asignado al nacer” y que “no es binario”. Corresponde a lo que entendemos como anticiencia, pues promueve afirmaciones contrarias al consenso científico por motivaciones ideológicas, no avaladas por ninguna investigación y defendidas con argumentos contradictorios, falaces o como dogma de fe.

Esta ideología podría no ser más problemática que otras, pues cabría la posibilidad de refutarla y las personas podrían ser libres de creer o no en ellas, como es el caso de la convivencia respetuosa entre personas ateas y religiosas. La clave de ello es no obligar a la población a aceptar unas premisas anticientíficas o dogmáticas a través de la educación y las leyes. Sin embargo, se han aprobado leyes que se basan en los supuestos de la ideología de la identidad de género, se han introducido sus conceptos y lenguaje en la documentación oficial, aparecen en libros de texto e incluso han abordado las revistas científicas con el silencio de gran parte de la sociedad, por miedo a una respuesta agresiva de sus defensores.

Por ejemplo, en el Protocolo educativo de identidad de género de la Xunta de Galicia aparecen afirmaciones que no cuentan con evidencia científica alguna:

(la transexualidad…) Es un fenómeno biológico innato, dado que el cerebro es un órgano sexuado cuyo criterio prima sobre todos los demás órganos, incluso los sexuales y reproductivos. La identidad de género también reside en el cerebro, formándose alrededor de los 3-4 años de edad. Una vez determinada es irreversible e invariable.

El concepto de identidad de género no es científico, no hay ningún estudio que concluya su existencia como fenómeno biológico innato. La naturaleza del sexo está ampliamente estudiada y documentada y constituye uno de los campos del conocimiento con más consenso científico, aunque se esté difundiendo lo contrario. Sin embargo, con la intención de sustituir en las leyes el parámetro observable y verificable sexo por la subjetiva, variable, indefinida e indemostrable “identidad de género” se está intentando transmitir la idea de que el sexo es igualmente subjetivo e indefinido. Por ejemplo, se afirma que el binarismo sexual no está avalado científicamente, sino que es un espectro continuo muy complejo y difícil de describir y, por lo tanto, de identificarlo en las personas. También se defiende que todas las personas tenemos una “identidad de género” que surge de nuestro interior de manera similar al concepto de alma. No hay en estas afirmaciones ninguna motivación científica que pretenda un avance del conocimiento, son puramente ideológicas. Es alarmante que la difusión de teorías anticientíficas provenga de las propias instituciones educativas y es inaceptable que se impongan a través de la legislación. En el artículo El sexo es binario. Por una educación basada en el rigor científico DoFemCo ofrece una recopilación de ejemplos en materiales educativos.

Esta ideología se está propagando, además, a través de la publicación en revistas científicas de artículos que pueden calificarse como mala ciencia o pseudociencia y también a través de la utilización manipulada de literatura científica para apoyar sus tesis. Están apareciendo publicaciones en revistas científicas que cuestionan la naturaleza binaria del sexo como, por ejemplo, el artículo Sex redefined en el que C. Ainsworth escribía: “La idea de dos sexos es simplista. Los biólogos ahora piensan que hay un espectro más amplio que eso”. Posteriormente la autora, ante la pregunta de si existían más de dos sexos, reconoció que no. Fausto Sterling publicó ensayos afirmando que “hay 5 sexos” y defendió la idea de que “alrededor del 2% de la población es intersexual”, afirmaciones que fueron rápidamente refutadas. Años después llegó a reconocer que “estaba de broma” cuando las realizó. Sin embargo estas y otras publicaciones similares siguen siendo difundidas por transactivistas y aparecen en materiales educativos como argumento para negar el binarismo sexual. También existen asociaciones del mundo académico que manipulan la ciencia para apoyar postulados anticientíficos, como relata M. Endara en este artículo. La ciencia está siendo víctima de una amenaza ideológica sin precedentes y, aunque disponga de mecanismos para rechazar estas ideas, no está reaccionando con la valentía y celeridad que se requiere. Así lo denuncian los investigadores J. Coyne y L. S. Maroja en su artículo La subversión ideológica de la biología.

Es cada vez más necesaria la formación del profesorado en la identificación de la anticiencia y la pseudociencia para evitar la desinformación y para salvaguardar la toma de decisiones en cuestiones cruciales para la sociedad y para el avance del conocimiento. Esto no es incompatible con la transmisión de valores de respeto o de la aceptación de la diversidad, al contrario, es un gravísimo error pensar que para evitar la discriminación de las personas que se definen como trans debamos negar u ocultar la naturaleza biológica del sexo y la naturaleza social del género, adoptando actitudes anticientíficas y participando en su propagación. La aceptación acrítica de ideologías, dogmas e imposiciones negando el conocimiento científico construido a lo largo del tiempo creará una sociedad presa del adoctrinamiento y fácilmente manipulable. Por responsabilidad profesional, ni la comunidad educativa ni la científica deberían permitirlo y deben posicionarse firmemente en la defensa del rigor científico ante las injerencias ideológicas. No hacerlo equivaldría a renunciar al propio futuro de la ciencia y de su enseñanza.


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