Análisis crítico de un padre sobre el libro “Mamá, quero ser Ziggy Stardust”, de Iria Misa
Artículo traducido del original publicado en Palavra Comum: https://palavracomum.com/comentario-critico-e-preocupado-dun-pai-a-mama-quero-ser-ziggy-stardust-de-iria-misa-salvador-camba/
Por: Salvador Camba
En estas líneas pretendo compartir mi opinión y preocupación ante el libro que leyeron durante sexto curso de primaria, para la materia de gallego, en la clase de mi hija. Se trata de Mamá, quero ser Ziggy Stardust, y fue publicado por Edicións Xerais en 2018. La autora es Iria Misa Peralba (Gondomar, 1983), profesora de Secundaria y licenciada en Filología Inglesa. La trama gira en torno a una niña, Aine, que sufre la incomprensión y la imposición social por no encajar en una determinada idea de lo que debe ser y hacer como niña. Su contacto casual con el personaje de Ziggy Stardust —una de las múltiples personalidades escénicas que adoptó el músico David Bowie a lo largo de su carrera— supone un verdadero terremoto vital para ella, que la llevará a lo largo de las páginas a identificarse no sólo con ese personaje (“Yo no soy Aine, soy Ziggy Stardust”) sino, en correspondencia con tal fantasía infantil, a creer y expresar que ya no es una niña sino “un niño”. Este argumento pretendidamente sirve a la autora, tal como explica en la entrevista incluida al final del libro, para abordar una cuestión que echa en falta en sus clases (recordemos que es profesora de Secundaria): la de los llamados “niños trans”.
Intentaré desgranar a continuación los principales aspectos problemáticos que le encuentro a esta novela y, sobre todo, al hecho de que se proponga (obligue, en realidad) a su lectura al alumnado de 11 años en muchas escuelas de Galicia. Y, dejando de lado algunos aspectos formales también criticables en el terreno lingüístico, como la pretensión de que en una canción la letra pueda incluir el incantable término “nenxs” (“niñxs”) o los típicos castellanismos léxicos que plagan la literatura infantil y juvenil en lengua gallega (“mola”, “mola cantidad”, “guay”), y también algunos castellanismos gramaticales y defectos de la revisión editorial (palabras que faltan en medio de algunas frases…) mi intención es centrarme en el contenido de la historia.
Mamá, quero ser Ziggy Stardust nos habla de una niña trans, aunque quizás, siguiendo la auto identificación que defiende la novela… ¿habría que hablar de un niño trans? Efectivamente, existe una realidad que puede o incluso debe ser abordada en el proceso educativo: algunos niños y niñas muestran una disconformidad con su sexo desde niños, lo cual les puede producir la angustia conocida en psiquiatría como disforia de género. Sin embargo, el primer punto donde el mensaje de la novela hace agua es que Aine en ningún momento de la historia muestra tener problemas con su cuerpo: no quiere tener pito, ni le supone ningún trauma tener órganos sexuales femeninos. Queda claro desde los primeros capítulos que el desajuste es entre su manera de ser niña y las convenciones sociales establecidas[1]. El único momento en el que Aine expresa una duda (ni tan siquiera un malestar) es cuando le pregunta a su madre qué pasará cuando le crezcan las tetas, pero eso es algo que aún no le ha sucedido y que, por lo tanto, resulta muy débil soporte para justificar una supuesta disforia como soporte psicológico de la trama. La respuesta de su madre a esa duda (uno de los momentos más terribles de la novela, en mi opinión), consiste en decirle que si entonces aún quiere ser Ziggy entonces irán a un “médico” (se entiende que para hormonarse y bloquear la pubertad, o incluso, quizás, para una doble mastectomía… imágenes que la autora se cuida bien de no presentar a sus lectoras), dando a entender claramente, e imponiendo sutilmente a su hija la idea de que es imposible ser Ziggy Stardust teniendo tetas, algo tan carca y heteronormativo que haría removerse al propio Bowie en su tumba. No podemos olvidar la genial respuesta que el artista inglés solía dar cuando le preguntaban por qué aparecía vestido de mujer (como en la famosa portada de la edición británica del single “The Man Who Sold The World”, de 1971): él respondía que lo que llevaba puesto era “un vestido de hombre”. De hecho, el gender-bending (transgresión de género) como el que hacía Bowie, y que se supone que es una de las herramientas argumentales usadas en la novela que nos ocupa para defender la transexualidad en la infancia, llega a ser calificado por parte del actual movimiento trans como algo… ¡transfóbico!
Pero volvamos al supuesto temor de Aine, la protagonista de esta historia, acerca de lo que pueda pasar cuándo le crezcan los pechos y la repercusión que esto pueda tener con su identificación mitómana con el músico extraterrestre. Que esta preocupación de Aine es algo sin fundamento racional o lógico, se desvela más claramente si nos ponemos en el caso de que fuera una niña de raza negra: ¿debería en ese caso preocuparse por blanquear su piel, al más puro estilo Michael Jackson, dado que su ídolo es blanco? O ¿alisar con agresivos productos químicos su pelo rizado como hacían los afroamericanos en los años cincuenta para parecerse a las estrellas de cine blancas? De todos modos, ni tan siquiera es necesario situarnos en esa analogía de un personaje de otra raza para detectar lo incoherente del caso: Ziggy no tiene tetas, cierto, pero tampoco es gallega, ni tiene nueve años, ni tiene vulva o vagina… de hecho ni tan siquiera es terrícola… y ninguna de esas diferencias parece implicar ningún problema para las pretensiones de la protagonista de la historia creada por Iria Misa. Sin embargo, de pronto, la mera perspectiva de tener pechos parece volverse un problema insalvable… un problema de salud que su madre concluye (y cabe entender que la autora con ella) que ¡habría que poner en manos de la medicina! En mi opinión como padre, el personaje ejemplar de un progenitor o progenitora cabal en una novela respetuosa y realmente educativa, habría respondido algo bien diferente, algo como esto: “Y ¿qué problema puede haber porque tengas tetas? Seguirás siendo Aine y podrás seguir viviendo, vistiendo y actuando como te dé la gana”. Opino, con muchas feministas en situaciones así, que haría mejor la novela en sugerir la idea de extirpar el género (esto es, acabar con el sexismo) de la sociedad en vez de extirpar los pechos a una adolescente…[2] Así, dice el sociólogo y activista trans Miguel Missé: “El rechazo al cuerpo tiene de fondo el rechazo a los imaginarios sociales que se proyectan en el cuerpo. Transformar el cuerpo es más rápido y más asumible para nuestro sistema social, y es el relato que muchas personas trans hemos aprendido para explicarnos. Construir y divulgar otros relatos es una tarea que me parece fundamental.”[3]
No me resisto a hacer notar otro aspecto que me llama la atención de este punto de la historia. Me refiero al lenguaje sin perspectiva de género, al utilizar “médico”, en masculino. No considero demasiado desencaminado sospechar que ese desliz formal de la autora pueda ser indicio de un endeble compromiso cultural con el feminismo y con la educación en igualdad, que se mostraría con más crudeza en el fondo de la historia. También en la misma escena, la bizarra imagen que crea la autora de sacar “las tetas”, vinculada al momento de quitarse el sujetador por parte de la madre de Aine, anticipa de manera alegórica la opción irreversible de la mutilación, que no es explicitada en ningún momento (por no asustar a la chavalada, a las autoridades o a la editorial, podemos suponer fácilmente) pero sí simbolizada e incluso normalizada a través de este supuesto recurso al humor que emplea la autora. No obstante, esta jugosa escena aún da más de sí, porque nos trae a la cabeza una de las incoherencias más notables del actual activismo transgenerista: si se reclama la despatologización de las personas trans, si ser trans no es una enfermedad… entonces ¿a qué viene lo de tener que acudir a la medicina? Creo que aquí lo único que la novela aporta en esta cuestión a la chavalada lectora es confusión. Y aporta nula información sobre la importante realidad de las personas que destransicionan. Explicar la existencia de este aspecto de la realidad habría implicado, en el caso de la protagonista, reconocer la posibilidad de que Aine, tal vez después de un tiempo sometida a cirugías y tratamientos hormonales irreversibles, se diese cuenta en el futuro de que su padecimiento anterior no era debido a cómo se sentía ella con respeto a su cuerpo sino a cómo la sociedad trata a todas las mujeres. Una posibilidad demasiado transcendente desde el punto de vista narrativo y demasiado relevante desde lo educativo, como para dejarla totalmente fuera de la historia[4]. Como dicen en la organización internacional Genspect, existen muchos motivos para que una niña o un niño sienta incomodidad relacionada con su sexo o con el género, y también existen muchas salidas de esa situación. Precisamente su fundadora, la psicóloga Stella O’Malley, cuando niña, afirmaba ser un niño y actuaba como tal, pero con la llegada de la adolescencia cambió de perspectiva (algo que suele suceder en la mayoría de los casos, según diversos estudios; para el endocrinólogo William Malone es precisamente la propia pubertad “parte de la solución para niños o niñas con disforia de género”; y un referente internacional en disforia de género como el psicólogo Kenneth Zucker afirma que la persistencia de la disforia es “un mito”[5]. O’Malley se reconoció entonces como mujer, y precisamente por eso agradece a su entorno familiar, educativo y social que no la “hubiesen afirmado” en su idea preadolescente y se oponen, desde esta organización, a que se induzca o fomente ese tipo de confusión en las mentes de los y de las menores. Otra destransicionadora, Rachel Foster, explica en el documental Dysphoric: “Yo estaba intentando arreglarme a mí misma trasformando mi cuerpo, cuando lo que realmente precisaba cambiar era el mundo que tenía alrededor”, señalando el abuso y el maltrato que había recibido como mujer. La famosa destransicionadora Keira Bell, cuyo caso judicial puso en marcha en 2021 la revisión de toda una serie de medidas y normativas en el Reino Unido en torno a la transexualidad —revisión que posteriormente seguirían otros países— afirmaba en una entrevista, echando la vista atrás: “No había nada malo en mi cuerpo. Simplemente estaba perdida y no contaba con el apoyo adecuado”[6].
Con todo, la más pasmosa y peligrosa idea que acaba por transmitir esta novela es que si no te interesan las muñecas ni el color rosa, si quieres tener el pelo tan corto como la mayoría de los chicos, si quieres vestir como un chaval, si quieres tener una novia, si quieres ser estrella del rock… entonces tienes que ser un chico. Y esto comienza por afirmar que eres un chico, y puede terminar por someterte a tratamientos médicos irreversibles para modificar tu cuerpo y que parezca el de un chico. Como denuncia la organización de lesbianas británicas Get the L Out, “se está imponiendo la transición médica a chicas que no se ajustan a los estereotipos sexistas”. Keira Bell confirma la misma impresión: “Casi todas las niñas y adolescentes (si no todas) que quieren o han hecho la transición, sienten que están en el cuerpo equivocado porque no se ajustan a algo que esta sociedad considera importante o necesario. Es necesario aceptar la inconformidad con esos estereotipos”. Nagore Goicoechea, una desistidora española, afirma: “La disforia se crea socialmente” y es “hija” del sexismo[7]. Los profesores de Psicología José Errasti y Marino Pérez denuncian: “Nunca se había permitido la entrada en los centros educativos tan acríticamente de una postura reaccionaria irracionalista y sexista como ésta”[8], y añaden: “De luchar contra los estereotipos sexistas se ha pasado a aclamarlos como la medida básica de lo que somos”[9].
Esto es, se están revitalizando estereotipos que creíamos en vías de extinción de que sólo hay una manera de ser niña y sólo una de ser niño: “los niños no llevamos vestidos”, dice incoherentemente la Aine-niño en la p. 101, después de luchar como una niña por llevar traje, y contradiciendo a su propio ídolo Bowie, un hombre que llevaba vestidos cuando le apetecía; o cuando se nos dice de ella que “nunca se comportó como una niña”, p. 135. Página tras página la idea es la misma: cambiar de sexo, de identidad sexual, ser lo que ahora se resignifica como ser trans es la única manera de que la sociedad te acepte (por lo menos la buena gente de la sociedad: tu madre, los compas de clase, etc., porque los malos, los intolerantes, esos nunca te van a aceptar ni por asomo). Sólo puedes ser aceptada, ser como quieres realmente ser, volviéndote un chico para encajar en esos rígidos modelos, ese rol de género que te asignan contra tu propia naturaleza (porque los roles sí que son asignados, y durante toda la vida, y no el sexo al nacer como nos dice el discurso transgenerista, que en todo caso es identificado conforme a factores objetivos). Y no solamente esto, sino que te explican que la idea de lo que es ser un hombre o una mujer es la que tú quieras. Así, se habla de “lo que uno siente, lo que uno es”, una identificación sentimiento=realidad que podemos leer en la p. 135, clara defensa de ideología transgénero que es negacionista de la realidad biológica del sexo. “No quiero ser un niño, soy un niño”, se reafirma en las p. 154 y 167 sin que ninguno de los otros personajes —amigos, madre, maestra, psicóloga— muestre ni la menor extrañeza o intento de argumentar que no podemos ser todo lo que queramos ser, algo que deberían comenzar a tener claro a estas edades.
A este respecto es muy significativo que en la novela se hable de un “taller” en el que se proponía a los propios chavales que fueran ellos mismos los que definiesen lo que es ser “niño” o “niña”, lo cual lógicamente hacen con una carga de estereotipos propios de una sociedad patriarcal y machista y que en ningún momento se nos cuenta que se les corrijan[10]. En efecto, a pesar de estar cargado de escenas que exponen ante las lectoras y lectores situaciones cargadas de estereotipados conceptos acerca de cómo deben ser los hombres y las mujeres, ninguno de los personajes que se supone que pueden influir en Aine (sus padres, tíos, maestros, amigos, incluido el ser imaginario que hace de narrador…) en ningún momento le explica que eso son constructos de una sociedad que debemos aspirar a transformar y que no debe dejar que se le impongan por encima de su propia identidad y autorrespeto. Esto en Galicia puede recordarnos fácilmente otro cambio que se efectúa a diario en nuestra sociedad, también por la presión y por los estereotipos, especialmente en la gente joven y especialmente en su paso a la enseñanza secundaria: el cambio de lengua del gallego al castellano, para así encajar más fácilmente, cediendo a la presión de los estereotipos lingüísticos[11].
Pero, volviendo a la presencia del mensaje feminista en esta obra, yo no lo encontré por ninguna parte, y más bien pienso que esconde bajo una apariencia progresista un mensaje incluso contrario al feminismo, de regusto patriarcal, al dejar pasar como naturales esos constructos, al mostrar como la única salida argumental la mutación de la identidad que finalmente asume el personaje protagonista, encajando punto por punto con la narrativa de la ideología transgenerista, de la que la novela sirve como un caballo de Troya más dentro del sistema educativo y dentro de los hogares de las jóvenes lectoras y lectores gallegos. Como explican las autoras de La coeducación secuestrada, expertas académicas en educación y feminismo: “El transgenerismo concibe el hecho de ser mujer u hombre en función de la identificación con los estereotipos sexistas. Esto es lo contrario a lo defendido históricamente por el feminismo, a saber: que el hecho de nacer con el sexo femenino o masculino, una condición biológica inmutable, no guarda ninguna relación natural con los estereotipos de género o sexistas”. Y califican los contenidos que confunden sexo y género, como es el caso de esta novela que nos ocupa, como “ideas profundamente sexistas según las cuales no somos hombres o mujeres en función de nuestro sexo sino según nuestros comportamientos, gustos o apariencia”. Las ideas queer-transgeneristas son, según estas expertas, “deliberadas”, “anticientíficas e irracionales”. Y no está de más recordar, llegados a este punto, que materiales que contengan “estereotipos sexistas o discriminatorios” contradicen la legislación educativa vigente[12], así como el Convenio de Estambul[13].
Tristemente, la mutación sexual de la protagonista no sólo se identifica de una manera implícita como la única salida (más bien huida[14]) sino que se deja caer que es incluso la única salvación de la propia vida (“hasta que le ocurriera algo realmente malo”, llega a insinuarse en la p. 140), con lo cual la autora colabora con la inflación del riesgo de suicidio que realiza cierto activismo trans y que se ha denunciado incluso por parte de personas que se arrepienten, como el caso relatado por la periodista irlandesa Helen Joyce en la revista Standpoint [15], en el que una destransicionadora que había extirpado pechos, útero y ovarios a los 20 años revelaba: “Hay una narrativa muy fuerte de que si no haces la transición, te vas a suicidar… Yo realmente pensé que era la única opción que tenía.” Es muy alarmante que esta novela pueda colaborar con semejante narrativa, con la complicidad de las autoridades escolares gallegas, cuando no hay datos empíricos que la soporten, como han denunciado la filósofa Kathleen Stock en su libro Material Girls, refiriéndose al contexto británico, o el psiquiatra Marcus Evans, que trabajaba para la famosa clínica Tavistock, el centro de referencia para procesos de transición médica en el Reino Unido, por citar sólo algunas de las voces que están denunciando estas tendenciosas fake news.
Con todo, a la propia autora se le escapa una pista de la inconsistencia de su propio mensaje en el epílogo del libro, cuando les habla a los chavales de Lady Gaga como ejemplo de alguien que se inspiró claramente en Bowie. Así que si Lady Gaga puede ser, de una cierta manera, Ziggy Stardust y seguir siendo mujer… entonces ¿¡¿por qué Aine, nuestra pequeña protagonista preadolescente, no puede?!? Esto creo que revela una grave incoherencia si lo miramos con las gafas del feminismo. Por cierto, no venía mal también considerar aquí que tanto Bowie como Gaga son referentes de la bisexualidad, un campo de opción sexual totalmente ausente del mensaje del libro, para el cual sólo parece existir el modelo de pareja hombre-mujer (“si de mayor eres un niño, igual podemos ser novios”, le dice una niña en la p. 102, reculando más de medio siglo en la educación sobre diversidad de orientación sexual). También en la entrevista que se incluye al final de la novela la autora defiende, en teoría, la denuncia de los roles de género (aunque en la práctica su relato los acabe por reforzar, como venimos explicando) y afirma que los chavales deben “quererse tal y como son”. ¿Por qué, entonces, Aine no puede quererse tal como es, quererse como lo que es, una chica, y necesita ser lo que no es, un chico, para sentirse aceptada y liberada de las diversas violencias y problemas que la presionan? El malestar de Aine en ningún momento se nos describe como un malestar con su cuerpo, insisto, sino con la manera en que la trata su entorno social, lo cual vamos conociendo en una serie de episodios a lo largo de la primera parte de la novela, principalmente. ¿Es Aine una persona trans o más bien es una niña víctima de la cultura social del patriarcado? El desenlace final de la trama podría perfectamente haber sido una Aine autoafirmada que rompiese con los estereotipos (eso fue lo que hizo Bowie precisamente, como la propia autora reconoce) y defendiese que las niñas pueden vestir y comportarse como les dé la gana, y los niños igual, y que pueden amar desde sus feminidades y masculinidades heterodoxas a quien les apetezca. Podía habernos trasmitido la autora el mensaje de que para defender los derechos de las personas trans no es preciso negar la realidad, y que no existe ningún derecho a la irrealidad.
Para apoyar esta idea de que la novela más que una herramienta útil supone un peligro educativo y nunca debería usarse en las aulas, por lo menos no a estas edades y sin hacer una profunda lectura crítica de la misma, citaré in extenso a Kathleen Stock, filósofa especializada en feminismo y ficción (de su libro Material Girls. Por qué la realidad es importante para el feminismo, pp. 129-130):
(…) algunos médicos han hecho público que un número considerable de niños y adolescentes que se identifican como transexuales se sienten atraídos por el mismo sexo. Siguiendo el ejemplo de los mensajes de las organizaciones LGTB parece que interpretan sus propios patrones de atracción sexual como una señal de que deben tener una identidad de género desajustada combinada con una orientación sexual «heterosexual». Así, por ejemplo, las chicas que sienten atracción por el mismo sexo se interpretan a sí mismas como niños u hombres heterosexuales. La exploración de la identidad en los niños no es perjudicial en sí misma. Sin embargo, el asunto se enturbia cuando padres y profesores bienintencionados siguen acríticamente esta narrativa, y buscan lo que puede acabar siendo una medicación de por vida para alterar el cuerpo del menor y ayudarle a reflejar una identidad «real». Y, lo que es peor, también gracias a los lobbies de presión representados por las organizaciones LGTB, algunas asociaciones de terapeutas califican ahora cualquier cuestionamiento de estas narrativas como una forma de «terapia de conversión». Por lo tanto, se reducen considerablemente las oportunidades de que un niño o un adolescente escuche interpretaciones alternativas sobre sus deseos sexuales. A medida que estos niños crecen, algunos se dan cuenta de que siempre fueron homosexuales. Está surgiendo una oleada de «detransicionistas», muchos de los cuales son lesbianas y gays, que expresan ahora su arrepentimiento por los medicamentos o la cirugía que les recetaron en el pasado y que les cambiaron la vida.
Hay quien opina que en realidad lo que se está haciendo con las llamadas terapias afirmativas (de la identidad de género) es un nuevo tipo de terapia de conversión (de la orientación sexual), que convierte a chicas lesbianas (o chicos homosexuales) en chicos y chicas trans, respectivamente, heterosexuales, para alivio incluso, de algunos padres y madres. Las terribles terapias de conversión del pasado intentaban modificar con electroshock la mente de quien no se ajustaba a la norma, y ahora se hace algo equiparable, sólo que a base de hormonas sintéticas y cirugía, buscando también ajustar (convertir en otra cosa) algo que se asume que está mal. ¿Cuál es entonces la verdadera afirmación y dónde está la auténtica conversión?
En mi opinión, hay algo peligrosamente equivocado en el actual activismo transgenerista cuando se pasa de reclamar la despatologización de la transexualidad a dar pie a la patologización de las feminidades y masculinidades no normativas, que se convierten ahora en una especie de dolencia que se cura a base de “médicos”, esto es, terapias hormonales off-the-counter y operaciones irreversibles incluso sobre cuerpos aún inmaduros. Así, gracias a ciertos vídeos de Tik-Tok tenemos a niños de 7 años con terrores nocturnos (“¡¡No quiero ser un niño trans, mamá!!”), o por causa de una transmisión de información inadecuada a las edades y carente de todo contexto de la cuestión del género, hacemos que algunos de esos niños que lloran como las niñas y a los que les gusta jugar a papás y mamás, o llevar el pelo largo, acudan asustados a sus madres diciendo “Mamá, ¡yo no me quiero operar!” simplemente porque alguna historia semejante a la de esta novela les metió en la cabeza la idea de que igual se deberían trasformar en una niña. Sería bien más interesante novelar una historia real como la de la ex-trans Nagore: “Soy mujer, porque soy de sexo femenino, pero reniego de los estereotipos y los roles que se me han impuesto. Visto de la forma más cómoda posible, no me gusta el maquillaje, me encanta ver mis músculos crecer, uso sudaderas, llevo el pelo corto, discuto con todo el mundo todo lo que puedo, y hago que la gente me escuche. Nada de ello cambia el hecho de que he nacido mujer”[16]. Los citados autores Errasti & Pérez se preguntan: “¿Cuánto se reduciría el número de personas trans si dejásemos de contar como tales a aquellas personas a las que se les ha dicho, directa o indirectamente, desde el sexismo más rancio y conservador, que sus pensamientos, sus preferencias estéticas, sus comportamientos, sus emociones, sus gustos en cualquier ámbito son propios del otro sexo?”[17].
Volviendo a la trama del libro, resulta también poco educativo que las actitudes de los personajes adultos aparezcan diferenciadas de una manera maniquea y simplista entre los buenos (la madre y la familia materna) y los malos (el padre y la familia paterna, una vecina gruñona, las familias de los compañeros). Los buenos son, claro está, los que aceptan sin más y reafirman la decisión de la protagonista de ser “un niño”. Los malos, esto es, los que no lo aceptan, son además violentos (la madre de Carol), intolerantes (las familias de los compañeros en la escena final de la novela), o incluso atrasados (no es casual que la familia paterna sea “de la aldea”, coman carne e incluso —¡oh, horror! — lentejas; la familia materna, sin embargo, es urbana, emigrada, comen hamburguesas, patatas fritas y pizzas). El caso del padre es especialmente llamativo porque aparece totalmente deshumanizado de dos maneras muy notorias: su exclusión del título de la novela (en él la protagonista dirige su deseo únicamente a la madre), y el hecho de no ser referido por su nombre en ningún momento de la novela. Finalmente, de manera muy coherente con este carácter de no-persona, acaba desapareciendo, de mala manera, del relato e incluso, aparentemente, de la vida de la niña, sin que lleguemos nunca a saber los motivos de su no aceptación de la pretensión de cambio de identidad sexual de su hija, ni los términos y motivos concretos de las continuas discusiones con la madre al respeto, hurtándose así las perspectivas diferentes a las niñas y niños que lean la historia, para que puedan juzgar y opinar un poco por sí mismos, conociendo los argumentos de todas las partes. Son malos, sin más, porque por lo visto no comprenden a Aine, y por eso acaban todos desapareciendo de su vida, anulado por obra y gracia de la autora su derecho a existir y a relacionarse con la niña, aunque en la trama se justifique implícitamente como una decisión libre de ellos, torpemente justificada con una supuesta intolerancia que acaba destruyendo el amor que previamente se reconoce que existe (entre Aine y su padre, y también con su abuela paterna).
De manera indisoluble con su mensaje transgenerista, la novela incurre en un concepto muy habitual en la cultura moderna, el de no limits. Decía un reciente y polémico vídeo del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 que “Si puedes soñarlo, puedes hacerlo”. El libro pretende en el fondo decirles exactamente lo mismo a los chavales: “Aine, de mayor, sería igual que Ziggy Stardust, un músico marciano que podía ser todo lo que le diese la gana”, leemos en la presentación editorial de la novela. Aine parece no terminar de percibir la diferencia entre ficción, pose y personaje artísticas, por una parte, y el mundo real por otra. Y lo mismo piensa que puede ser “un marciano” que “un niño”: no hay diferencias, no hay límite… basta con que lo desees, con que lo sueñes. ¿Suena a pensamiento mágico, a cuento de hadas infantil? Claro que sí, pero también suena a posverdad, a filosofía posmoderna, a relativismo. Si fuera un relato fantástico, en el que una niña se volviese un unicornio o un hada, y ya partiésemos de esa suspensión de la incredulidad propia del género, pues tendría un pase, pero esta novela pretende ser un referente de una supuesta realidad, la de los llamados “niños trans”, y para comprender esa realidad es que la autora se ha lanzado a escribirla, según reconoce. Y he ahí su peligro: tratar de hacer pasar la fantasía de que puedes ser lo que quieras ser —incluso aquello que es biológicamente imposible— por un hecho real, por una opción que el propio alumnado que la lea, podría fácilmente escoger para sí en la vida real. Y es que además estamos hablando de los deseos que aparecen en una etapa de la vida donde lo más común es la inconsistencia. Nos recuerda Stock (op. cit., pp. 184 y 185, con la cursiva mía), algo que Iria Misa, como educadora, debería conocer perfectamente:
Ser un niño y un adolescente suele implicar identificaciones intensas pero fugaces: con buenas causas, estrellas del pop, actores, profesores, amigos, etc. […] Cuando hay tanto en juego, parece que lo mejor es un enfoque de «estar expectante» para ver si las cosas siguen igual o cambian. La intensa identificación inicial con un ideal de sexo opuesto o andrógino puede transformarse en muchos casos en otra cosa.
Stock a continuación relata el caso de una destransicionista que se maravilla al conocer a mujeres lesbianas y mujeres “masculinas” y que se pregunta: “¿Dónde han estado estas mujeres toda mi vida?”. Parece que lo más sensato, prudente y saludable sería presentar a las niñas y niños de las edades de quienes están leyendo ahora esta historia ficticia de una preadolescente trans, de manera previa, historias ficticias o reales de mujeres que aman a otras mujeres, de mujeres que tienen una manera de ser mujeres que se sale fuera de los cánones y roles del sexismo y del patriarcado… y otro tanto sobre hombres femeninos o que aman a otros hombres… antes de hablarles de la opción que presenta (aparentemente como única) esta novela. Una buena oportunidad para haber tomado esa vía en el relato se le presentaba a la autora cuando los malos de la novela aparecen etiquetando a la niña con los típicos términos propios de las rígidas estructuras mentales del patriarcado heteronormativo: “marimacho”, “camionera” (oportunidad para reivindicar la igualdad en el terreno profesional y romper con estereotipos, que la autora también deja pasar), “friki”… Y la única opción que muestra la autora a la chavalada lectora es librarse de la etiqueta de “marimacho”… adoptando la autoetiqueta de “macho” (varón), contradiciendo así el propio carácter andrógino de Aine y el propio carácter andrógino de Ziggy/Bowie, su ídolo. Así, cabría pensar que no, que en realidad no quiere convertirse en Ziggy Stardust, porque en realidad ella ya lo era, sin necesidad de declararse “hombre”, lo cual podría llevarnos a pensar que la historia construida por Iria Misa carece en realidad de la más mínima consistencia argumental.
Si volvemos a la muy relevante cuestión de la salud mental, es evidente que sobrevuela toda la novela, aunque con algunos detalles preocupantes. Para comenzar, llama la atención la idea de la salud mental que pueda tener la autora cuando confunde la Psicología con la Medicina. Por otro lado, el bullying que sufre la niña, el trauma por la falta de aceptación de sus padres y compañeros ante comportamientos y preferencias estéticas, la ansiedad y las repercusiones psicosomáticas de la misma, y la identificación mito maníaca súbita que surge de ella en torno a la figura de Bowie/Stardust, la confusión realidad/fantasía… no son abordadas como problemas de salud mental, y sólo en la última parte de la novela la niña acude a una psicóloga (definida incorrectamente como “médica de la cabeza”), aunque no se sabe muy bien por qué ni tenemos la más mínima información del resultado de esa visita ni del diagnóstico, con lo cual nos quedamos sin saber lo que nos quiere decir concretamente la autora con esa escena y con la aparición fugaz de ese personaje. Así, pierde una muy buena oportunidad para explicar la relación entre estos tipos de problemas de salud mental y la no aceptación del propio sexo, algo de lo que como docente de Secundaria que es, tendría que percibir y conocer sobradamente. Además, un libro feminista habría hablado y abordado más la dolencia social que la salud mental de los personajes concretos, porque en la novela el sufrimiento psicológico parece como si fuera algo aislado de un contexto social enfermo y enfermante, algo muy característico de la visión neoliberal de la emergente pandemia de malestares psíquicos que padecemos. Y otra oportunidad de educar sobre psicología que pierde la autora la encontramos cuando elude mencionar cómo acabó Ziggy Stardust, al que el propio Bowie puso fin porque le estaba afectando mentalmente en medio de una contagiosa Ziggymanía:
“It was quite easy to become obsessed night and day with the character. I became Ziggy Stardust. David Bowie went totally out the window. Everybody was convincing me that I was a messiah … I got hopelessly lost in the fantasy.” “My whole personality was affected … I thought I might as well take Ziggy to interviews as well. Why leave him on stage? Looking back it was very absurd. It became very dangerous. I really did have doubts about my sanity”.
A lo mejor la madre y el padre de Aine olvidaron contarle esa parte cuando le descubrieron al personaje, y desde luego la autora sí que olvidó tenerla en cuenta, y de hecho acabó por resucitar el peligroso delirio ziggymaníaco enterrado por el creador de ese personaje para contagiárselo a una niña inventada por ella décadas después.
Tampoco podemos dejar de lado un hecho que es eludido durante toda la obra: Aine no se identifica con una persona real sino con un personaje de ficción. Es decir, su referente no es Bowie: ella quien quiere ser es Ziggy Stardust, un personaje teatral creado por Bowie, con un enorme componente paródico de las rockstars de la época, con una legítima intención artística provocadora e incluso humorística. Esto viene siendo como si Aine tomara como referente no sólo artística o conductual, no como una fan, una groupie o una imitadora mitomaníaca, sino para la construcción de su propia identidad sexual (de género, diría el transgenerismo), a personajes como Harley Queen o Naruto o a la avatar Korra. Sin embargo, ni la autora ni los personajes adultos que se nos dan como referentes correctos en la novela, parecen verle el más mínimo problema a esta situación de confusión entre personas reales y personajes ficticios, que en la vida real demandaría claramente un abordaje psiquiátrico. En el mundo real estamos viviendo una auténtica pandemia de problemas de salud mental, que afectan especialmente a las personas más jóvenes (el Instituto de Salud Carlos III explica que en 2022 afectaban ya a 1 de cada 4 jóvenes españoles), y en una etapa como la adolescencia que es, como dijera el escritor británico Christopher Humpton, coguionista de la película The Son, “una carrera de obstáculos”, “una fase peligrosa” y en la que las personas son “muy vulnerables”, sugestionables y apasionables, obras como Mamá, quero ser Ziggy Stardust hacen más mal que bien.
La historia de Iria Misa aún esconde otro aspecto fundamental más a las chavalas y chavales lectores, relacionado con la salud mental y que vendría muy bien que conociesen: “la disforia infantil se presenta asociada frecuentemente a otros trastornos, como los TEA, el TDAH, etc.” y está “vinculada con un error de autopercepción que suele remitir de manera espontánea al llegar a la adolescencia”, como afirma una orientadora educativa citada por Laura Hedo y Sandra Suárez en un artículo publicado en DiariEducacio.cat[18]. Añaden estas pedagogas que “obviar este aspecto es menospreciar la psicología y la investigación científica, y otorgar un valor a los sentimientos que un(a) menor puede tener en un momento concreto de su vida, sin que sean definitivos”. Aparte del hecho de que padecer disforia de género no es lo mismo que ser trans, algo que se suele olvidar, como ya he comentado.
En una cuestión fundamental en la educación como es la autoestima, especialmente en una etapa tan proclive a la baja autoestima como es la adolescencia, la novela también es decepcionante. Ya desde el título se propone que la niña se convierta en una persona diferente, o incluso peor, como acabamos de señalar, en un personaje de ficción. No es “Mamá, quiero ser COMO Ziggy Stardust”, sino que quiere ser el propio personaje (lo cual reitera en la fase crítica de su conversión cuando le explica a una compañera de clase: “No soy Aine, soy Ziggy Stardust”). ¿En qué momento la educación, la buena educación, pasó de potenciar la autoestima de los niños, que se acepten y quieran tal como son, que reivindiquen su carácter único y especial, que rechacen convertirse en copia de nadie, a promover justo lo contrario especialmente en el caso de las niñas que no encajan con los patrones dominantes de belleza y feminidad? ¿Cuándo pasamos del “ama tu cuerpo y no dejes que nadie te lo haga odiar”[19], al “no dejes que nadie te impida adaptar tu cuerpo a uno de los dos únicos modelos sociales de hombre y mujer aprobados por el patriarcado”?
El alumnado necesita antes que nada formación básica en Ciencias Naturales para conocer lo que es el sexo, acompañada por Educación en Valores para comenzar a entender un constructo social como es el género. Dicho resumidamente: necesitan una educación feminista. Las fantasías en las que un niño se convierte en un dragón o una niña en un adulto rockero marciano están bien como ocio y diversión, pero siempre y cuando se identifiquen como tales y no como un supuesto “material educativo para tratar el tema trans” que sólo va a añadir confusión en unas mentes ya de por sí desconcertadas con los cambios que están experimentando en sus cuerpos y pensamientos, y con el aluvión de mensajes que reciben a diario por medios de comunicación y redes sociales. Y los colegios no sólo están contribuyendo a sembrar esa confusión en sus mentes por medio de este tipo de obras literarias, sino también en algunas charlas de temática afectivo-sexual similares a la que se menciona en la novela, y en las que se le lanza al alumnado de 11 años cuestionamentos como “y ¿vosotros cómo sabéis que sois chicos o chicas?”, algo que obviamente todos ellos saben pero que, probablemente ante la intuición de una pregunta trampa, pocos se atrevan a contestar. Ese cuestionamiento no estaría mal como punto de arranque para una clase de Naturales, con un debate posterior acerca de los caracteres sexuales que diferencian a machos y hembras en nuestra especie y los dimorfismos sexuales en el reino animal, pero si como toda respuesta se les dice “ya imaginaba que no sabríais responder…” y los desinformamos aún más hablándoles de que “hay tribus en las que existen hasta 8 géneros”, la idea final con la que puede quedarse la chavalada es que probablemente estén confundidos con respeto a su sexo y quizás no son lo que ellos piensan que son, abriendo la puerta a un totum revolutum que la penetración transgenerista en los institutos se encargará de agravar en los siguientes años de su recorrido educativo. Por si esto fuera poco, el hecho de que algunas empresas de redes sociales en Internet les ofrezcan a partir de los 13 años la posibilidad de escoger entre más de 50 géneros a la hora de registrarse reforzará esa idea y continuará generando dudas en chavales y chavalas que, por ellos mismos, en muy pocos casos se habrían cuestionado a qué sexo pertenecen, prolongando así aún más la confusión entre sexo y género.
Yo no puedo dejar de imaginar cómo habría sido el desarrollo de la historia si los padres de Aine, en lugar de llevarla a una exposición sobre David Bowie la llevaran a una sobre una artista muy querida que, en tiempos en los que esto era en teoría mucho más difícil que hoy, llevaba el pelo muy corto, vestía, fumaba y bebía como los hombres, y que por si fuera poco amaba a otras mujeres… una mujer poeta llamada Gloria Fuertes. “Mamá, quiero ser Gloria Fuertes” podía haber sido un libro muy hermoso e interesante, centrado en los derechos de las niñas a ser como les dé la real gana, y sin necesidad de incurrir en peligrosas fantasías y desvíos anti-feministas. Y quien dice Gloria, puede decir referentes de feminidades heterodoxas de otras artistas como la propia mujer de Bowie (Imán), Greta Garbo, Marlene Dietrich, Grace Jones, Patti Smith, Tilda Swinton, Ellen DeGeneres, Annie Lennox, P.J. Harvey, Pink, Milla Jovovich, Billie Eilish, Miley Cyrus, K. Flay o más cercanas geográficamente a nosotros como la cantante Sés o la poeta Lucía Aldao… o incluso míticas o históricas como la diosa griega Athena, Juana de Arco, Anne Lister, etc. En resumen: ¿por qué la autora escoge como referente una persona famosa que rompe los estereotipos de hombre y no una que rompa los estereotipos de mujer? No podemos olvidar que, si de algo carece, aún hoy, la educación vigente, para avanzar en el mensaje feminista, es de referentes de mujer.
Explicaba J.K. Rowling en una carta publicada en su sitio web[20] sus padecimientos mentales durante la adolescencia por el hecho de ser mujer, y añadía que salió de ellos gracias a referentes culturales que le hicieron comprender la existencia y validez de maneras de ser mujer más allá de los estereotipos que la herían y de los abusos psicológicos y sexuales:
I found my own sense of otherness, and my ambivalence about being a woman, reflected in the work of female writers and musicians who reassured me that, in spite of everything a sexist world tries to throw at the female-bodied, it’s fine not to feel pink, frilly and compliant inside your own head; it’s OK to feel confused, dark, both sexual and non-sexual, unsure of what or who you are.
A pesar de quedar claro a lo largo de toda esta novela que la niña no tiene claras las diferencias entre hombres y mujeres (“los niños no tienen pechos”, asevera en la p. 143, lo cual contrasta llamativamente con el hecho de que en ningún momento le parece raro “ser” —sic— “un niño” y al mismo tiempo tener vulva y vagina), ni la distinción sexo/género, ni mucho menos las diversas maneras de vivir las propias identidad y orientación sexuales (“¿cómo sabemos si nos gustamos?”, p. 103), y en cuanto comienza a auto identificarse ante los demás como “un niño” (y ante sí misma, cosa que no hace hasta la mitad del relato), todo comienza a solucionarse como por arte de magia: los compañeros ya no la ven como “una friki” y dejan de meterse con ella, incluso están “mucho más amables” (p. 173), su madre deja de pronto que vista como quiera, los abusones del colegio dejan milagrosamente de meterse con ella… y todo termina con una apoteosis musical como en las películas, en la que todo el mundo le demuestra “aplaudiendo sin parar” que la aceptan, ahora sí, ahora que es un “niño”. El mensaje es claro: si como mujer no encajas en lo que los demás piensan que debes ser, transfórmate en un hombre y todo será maravilloso (“todo pareció sencillo y bonito”, p. 196). ¿En serio? Si fuera Iria Misa la que escribiera hoy la historia de Billie Elliot, el niño que quería ir a clases de ballet en las machunas cuencas mineras inglesas de los años ochenta probablemente le haría pasar por una auto identificación como niña antes de poder vestir las zapatillas de ballet.
Después de leer esta novela uno no puede dejar de preguntarse qué clase de igualdad es esta. ¿Qué “compromiso por la igualdad de género” vio en ella el jurado que la aceptó como finalista para el premio Agustín Fernández Paz por la Igualdad, organizado por el ayuntamiento lucense de Vilalba, el Instituto de Estudios Chairegos y Edicións Xerais? O el que le concedió el premio “Fervenzas Literarias” en la categoría de Literatura Infantil en el año 2018. ¿Qué se les pasó por la cabeza a nuestros responsables educativos, en la Xunta de Galicia y en los claustros de tantas escuelas de Primaria, para recomendar que nuestras rapazas y rapaces lean este libro en sexto curso, presentándoles como algo positivo unas ideas tan retrógradas (desde una óptica feminista) y delirantes (desde una óptica científica) a una rapazada que está aún aprendiendo lo que son los sexos y en las primeras fases de la conformación de su sexualidad adolescente? No pretendo con mi crítica que se prohíba o censure este tipo de productos culturales en las aulas, por muy disconforme que esté con su contenido y con el mensaje que transmite, al contrario de lo que hacen no pocas entidades dentro del activismo queer y transgenerista con las autoras y libros que hacen crítica de sus postulados. Aun así, considero un error mayúsculo que se introduzca a los críos una visión ideológica acerca de la transexualidad a unas edades en las que aún ni se les han transmitido de manera suficiente las bases científicas sobre la biología del sexo y mucho menos sobre la cuestión del género, mezclando de mala manera muy diversos significados de este problemático término (Kathleen Stock ha enumerado hasta 4 significados diferentes, únicamente en este contexto). ¿En qué cabeza cabe que a primera hora de la mañana en el aula de Lengua Gallega les demos a un leer una historia que les cuenta que una niña se puede convertir en un niño, y después del recreo aún les estemos explicando cuáles son los caracteres sexuales primarios y secundarios de los ser humanos entre risitas y caras coloradas escondidas entre las manos?
Considero que la novela es una oportunidad perdida para dar un mensaje feminista y que combata la misoginia rampante, y que, reconociendo con empatía la existencia de personas en las que existe disforia e incongruencias con su cuerpo y la necesidad de comprenderlas, protegerlas y darles apoyo, hable de la diversidad en las orientaciones sexuales y no oculte la explicación de ese dañino constructo social llamado “género” cuando describe el malestar de la niña protagonista y las actitudes de los diversos miembros de su familia y entorno.
Pese a su supuesto mensaje transgresor y avanzado, la novela de Iria Misa esconde, por contra, un mensaje tristemente conservador y conformista: renunciemos a cambiar una sociedad que no tolera la disidencia y la heterodoxia, que machaca a quien se atreve a salir del cauce construido por el patriarcado a lo largo de miles de años (es el sistema de dominación más longevo que existe), y ofrezcamos una salida individual e individualista a cada niño y niña que no encaje, mediante la libertad de desertar de su propio sexo y de renegar de su cuerpo, con la inestimable ayuda de la industria farmacéutica y de un sistema educativo y legislativo preso de una ideología posmoderna dispuesta a crucificar académica, social e incluso penalmente a quien se oponga. ¡Renunciemos a cambiar la sociedad porque ya podemos cambiar nuestros sexos! ¡Libertad de elección en el mercado ultra liberal de los géneros e incluso de los sexos! En ese sentido, la ideología transgénico presenta un inquietante paralelismo con fenómenos como los libros de autoayuda y todo el llamado pensamiento positivo (que tal vez de manera no causal está viviendo un renovado auge), que culpabiliza a los individuos por el mal social y les hace creer que radica en su mente todo el poder para trocar las angustias existenciales cuando en realidad están naturalmente inadaptados a un capitalismo insano, o la tendencia en la psiquiatría a solucionar mediante fármacos prescritos a las víctimas los problemas de salud mental creados por una sociedad disfuncional. Ya lo decía el filósofo indio Jiddu Krishnamurti: “No es signo de buena salud estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”.
Como apunta el profesor Robert Jensen, quien abraza el transgenerismo apenas “da la impresión de desafiar al patriarcado sin combatir en la realidad la dominación de los hombres en todas sus formas”. Este referente entre los intelectuales varones a favor de un feminismo radical, critica a las personas activistas trans porque, “en vez de enfrentar el poder patriarcal, las más de las veces abrazan las normas de género patriarcales, de manera implícita o explícita” y sentencia que apoyar el movimiento trans sirve para dar “la apariencia de una política feminista”. Y Mamá, quero ser Ziggy Stardust pienso que es un claro ejemplo de ese feminismo aparente pero falso. “El feminismo radical no niega el sufrimiento causado por la imposición de roles de género, sino que aporta una alternativa para afrontar el malestar psicológico y la alienación social que les causan a las personas que se identifican como trans”, hace falta decir con Jensen. Y con Silvia Federicci, “no podemos cambiar la identidad si no ponemos sobre la mesa el cambio de las condiciones materiales de nuestra vida”.
Durante miles de años, ante las maneras de ser y pensar que no encajaban con lo que se suponía que correspondía a tu cuerpo, el heteropatriarcado nos impuso cambiar las mentes. Ahora la ideología transgénero propone la aberración inversa: cambia tu cuerpo para que se corresponda con lo que se supone que encaja con tu pensamiento. Hace falta volver a defender (¡y enseñar!) que ante ese desencaje con unos roles normativos rígidos e impuestos por una sociedad de la desigualdad, la opción verdaderamente libre y liberadora es, sencillamente, ser nosotr*s mism*s. No hay personas atrapadas en un cuerpo equivocado, sino en una sociedad equivocada.
NOTAS
[1] Algo que se suele olvidar en esta cuestión es que sufrir disforia no es sinónimo de ser trans. Por tanto, un niño o niña con disforia no es lo mismo que un niño/a trans, ni viceversa. La novela no contribuye precisamente a aclararle esto a su joven público. En la opinión de Nagore, una estudiante de Psicología que sufría disforia y desistió de seguir la vía trans, “además de personas con disforia, últimamente nos encontramos con gente que dice ser trans sin tenerla. Esto ya me parece el colmo de la misoginia y el retraso social, porque se están basando únicamente en estereotipos sexistas.” Y apunta a que la disforia hace falta abordarla con psicología + feminismo, y que las/los trans no disfóricos lo que precisan es directamente feminismo para comprender la necesidad de abolir el género. https://www.lahoradigital.com/noticia/32445/igualdad/la-disforia-se-crea-socialmente-bajo-la-mirada-atenta-del-sexismo-pues-es-su-hija-predilecta.aspx
[2] La idea de este contraste procede de la entrevista de Nuria Coronado a Nagore, antes citada.
[3] https://www.lavanguardia.com/vida/20201120/49553676163/miguel-misse-la-experiencia-transexual-se-construye-socialmente.html
[4] Sería este el caso explicado en primera persona por Miguel Missé en A la conquista del cuerpo equivocado, donde afirma sentir que le robaron su cuerpo al hacerle sentir que el malestar que sentía tenía origen “en su cuerpo”, y que el mensaje que reciben las personas trans es que tienen que “cambiar”, en consecuencia, su cuerpo, “robándoles” la posibilidad de vivir “su cuerpo de otra manera”: https://www.eldiario.es/sociedad/problema-discurso-hegemonico-diciendo-biologico-miquel-misse_128_1754713.html . La novela de Iria Misa contribuye, claramente, a ese mensaje robacuerpos.
[5] Kenneth J. Zuker, “The myth of persistence”, International Journal of Transgenderism, 19, 2 (2018), pp. 231-245.
[6] https://tribunafeminista.org/2020/11/entrevista-exclusiva-a-keira-bell-no-habia-nada-de-malo-en-mi-cuerpo-yo-quiero-justicia/
El sociólogo trans Miguel Missé confirma el aspecto social y no corporal/fisiológico de la disforia, en el libro ya citado, y defiende que “el cuerpo no es el origen del problema. Nuestros cuerpos no están mal, no están equivocados”: ttps://www.lavanguardia.com/vida/20201120/49553676163/miguel-misse-la-experiencia-transexual-se-construye-socialmente.html
[7] https://www.lahoradigital.com/noticia/32445/igualdad/la-disforia-se-crea-socialmente-bajo-la-mirada-atenta-del-sexismo-pues-es-su-hija-predilecta.aspx
[8] Nadie nace en un cuerpo equivocado. Éxito y miseria de la identidad de género, p. 94.
[9] Íbid, p. 117.
[10] El transgenerismo está tan ligado a estereotipos que la propia bandera trans representa el masculino y el femenino con colores pastel azul y rosa, respectivamente. Difícil asumir más claramente los estereotipos más revenidos.
[11]https://www.galiciaconfidencial.com/noticia/154915-se-perden-falantes-galego-chegada-instituto-mercado-laboral-son-puntos-chave
[12] El punto 5 de la disposición adicional 25ª de la LOMLOE indica expresamente: “Las administraciones educativas promoverán que los currículos y los libros de texto y demás materiales educativos fomenten el igual valor de mujeres y hombres, y no contengan estereotipos sexistas o discriminatorios”.
[13] El punto 5 de la disposición adicional 25ª de la LOMLOE indica expresamente: “Las administraciones educativas promoverán que los currículos y los libros de texto y demás materiales educativos fomenten el igual valor de mujeres y hombres, y no contengan estereotipos sexistas o discriminatorios”.
[14] El concepto de huida del carácter de mujer sirve como título para el documental en cuatro partes Fleeing Womanhood like a House on Fire, de la directora india Vaishnavi Sundar (2021).
[15] En su número de febrero de 2020.
[16] En la entrevista citada anteriormente.
[17] Op. cit., p. 120.
[18] https://diarieducacio.cat/contra-la-penetracio-de-la-ideologia-transgenerista-a-leducacio-primaria/
[19] Según Oliveira & Traba, autoras de Ám@me, “aprender a reconocer y amar nuestro cuerpo” es un objetivo fundamental de la coeducación afectivo sexual. Vid. “Coeducar, unha tarefa imprescindible”, en Revista Galega de Educación 17, p. 16, 2020.
[20] https://www.jkrowling.com/opinions/j-k-rowling-writes-about-her-reasons-for-speaking-out-on-sex-and-gender-issues/
Un artículo interesantísimo e imprescindible para hacer reflexionar sobre aquello que hoy es un discurso hegemónico. Las menciones al caso de M. Jackson y el discurso de “sin límites” me han fascinado.