Transhumanismo y generismo queer

Reproducimos el artículo “Transhumanismo y generismo queer” escrito por nuestras compañeras de DoFemCo Cristina Lozano y Araceli Muñoz y publicado el 26 de enero de 2023 en El Común.


Cada vez se oye hablar más del transhumanismo y desde el feminismo surgen preguntas sobre este movimiento: ¿Supone el transhumanismo una mayor igualdad entre mujeres y hombres? ¿Cuáles serían sus consecuencias en relación a la posición de desventaja que tenemos las mujeres en el mundo?… Estas cuestiones implican una reflexión sobre situaciones que cada día están más próximas, aunque todavía parezcan de ciencia ficción.

En la actualidad, podemos ver en los medios y redes sociales testimonios de personas que se someten a cirugías para superar sus capacidades de seres humanos, como Leph, una mujer que se ha introducido 50 chips en sus dedos para su aumentar percepción sensorial, o Len Noe, que ha incorporado microchips en su cuerpo para poder abrir la puerta de su garaje o pagar con su cartera de criptomonedas sin utilizar tarjetas o, en España, Manel, que se autoidentifica como “transespecie” y ha decidido instalarse dos aletas en la cabeza que, según afirma, le permiten “escuchar” la humedad, la presión atmosférica y la temperatura. Incluso, en nuestro país, ya existe una asociación -Transespecies Society- que cuenta con un número creciente de socios/as.

Pero ¿qué es el transhumanismo? ¿Es algo que atañe sólo a personas peculiares? Lejos de ser algo anecdótico el transhumanismo es una ideología que aboga por utilizar las nuevas tecnologías para el mejoramiento de la especie, entendiendo por tal no sólo conseguir la inmortalidad sino lograr el aumento de las capacidades humanas sobre cuerpos sanos, diferenciándose así de los objetivos de la ciencia médica. Las personas transhumanistas defienden que no hay que confundir lo humano con lo biológico puesto que lo humano puede ir más allá de lo biológico y, para lograr sus objetivos, se basan en la aplicación de la cibernética y la biotecnología sin plantearse ningún tipo de límite moral. Para este movimiento, la tecnología debe de estar por encima de la ética y al servicio de los deseos individuales. Su mayor interés se centra en que cada cual desarrolle al máximo sus deseos inmediatos sin cuestionarse las consecuencias a nivel social, ni siquiera en la propia vida más allá del momento presente.

Las críticas habituales a esta ideología suelen ir encaminadas hacia la escasa viabilidad del desarrollo biotecnológico para lograr un objetivo tan vasto como el de la inmortalidad o el aumento sin límites de las capacidades de los seres humanos, así como hacia el dilema moral que supone que sólo pudieran disfrutar de esas mejoras personas de alto nivel adquisitivo, en el caso de que fueran posibles. ¿Se utilizarían esos supuestos avances para evolucionar como especie o más bien para producir una casta de individuos-máquina superior al resto de la población? En el mundo neoliberal cada vez más deshumanizado que habitamos esta segunda opción parece la más probable.

La ideología transhumanista parte de la premisa de no considerar como algo negativo la desaparición del ser humano como tal sosteniendo que hay que festejar la aparición de un nuevo superhumano o ciborg, objetivo que coloca a las nuevas generaciones, niñas y niños, en el foco de sus intereses. Y es en este punto en el que el transhumanismo se funde y confunde con el movimiento transgénero que actualmente recorre el mundo imponiendo leyes denominadas trans amparadas por la clase política y subvencionadas por el gran capital.

El prefijo “trans”, tan utilizado hoy en día, es un término que abarca innumerables causas comprendidas en las siglas LGTBIQ+, aunque en realidad sólo responde a los objetivos de la T como vemos en nuestro país en el actual proyecto de ley trans estatal. Esta ley que defiende en exclusiva los intereses de un colectivo indeterminado y autonombrado como trans, tiene por finalidad principal introducir dentro del que podríamos llamar “mercado trans” a la infancia y adolescencia, tanto para experimentar con sus cuerpos y mentes, como para perpetuar su ideología en el futuro.

A partir de estas similitudes en los sujetos a los que se dirigen prioritariamente tanto el transhumanismo como el transgenerismo, cabría preguntarse las relaciones entre estas dos ideologías. ¿Es el transgenerismo una forma de transhumanismo? ¿Acaso supone la identidad transgenerista alguna mejora para la humanidad? Para poder responder a estas preguntas es necesario ahondar en los principios del llamado transgenerismo o generismo queer.

El generismo queer se apoya inicialmente en dos referentes filosóficos. Por un lado, recoge de Nietzsche que no existen hechos, sino, únicamente, interpretaciones de los mismos. Y por otro, se hace eco de la afirmación de Foucoult que mantiene que la clase dominante es la que define los conceptos en todas las sociedades y todo lo que queda fuera de esa normatividad es perseguido y apartado. Estas ideas aportan las fichas de juego a Judith Butler, principal teórica del generismo queer, la cual, haciendo un uso particular de las mismas, plantea una perspectiva extrema de lo que es la subjetividad en los conceptos y llega incluso a afirmar que tanto los términos de mujer y de hombre como el sexo de las personas, son performances impuestas por la clase dominante. Bajo su perspectiva, que confunde los conceptos de sexo y género, la llamada autodeterminación de sexo -a la que denomina “identidad de género” y equipara con la orientación sexual en un intento de dotarla de validación social- es una cuestión de libertad. Esta teórica aboga por la reducción de la categoría biológica sexual a un sentimiento personal, aunque esa libertad individual limite la libre expresión de los demás al no estar basada en la realidad material compartida. Por último, la libertad de Butler se resume en realizar cambios estéticos en los cuerpos para adecuarlos a la normatividad patriarcal de los estereotipos de género, así como en autodeterminar registralmente los sentimientos. Esa es toda la libertad que ofrece esta ideología trans-queer. Nada sobre abolir el género. Nada sobre una mejora social que afecte a una mayoría de la población. Nada sobre cómo conseguir justicia en un mundo cada vez más polarizado. Nada sobre cómo mejorar las condiciones de vida de las nuevas generaciones en un sistema que les arroja al paro y a los trabajos precarios. Sólo palabras grandilocuentes y postureo.

Sobre la teoría queer se pueden citar tres críticas que aportan bastante luz acerca de este movimiento. La primera viene desde el feminismo que dio la voz de alarma al comprobar que se pretendía eliminar a la mujer como protagonista de su propia historia, borrar todos los avances sociales conseguidos y negar la opresión que sufrimos por el hecho de ser mujeres. Si como mantiene esta teoría sólo existen interpretaciones y no hechos: ¿la violencia que sufrimos las mujeres es una interpretación? ¿Se acabarán nuestros problemas autoidentificándonos como hombres? ¿Desterrar el concepto de sexo, el cual define el motivo de nuestro sometimiento, va a suponer que desaparezca? Es evidente que la respuesta a estas preguntas es un rotundo no. Opinar lo contrario es utilizar el mismo pensamiento irracional de George Bush cuando propuso talar los árboles para evitar los incendios forestales.

La segunda crítica es desde el punto de vista científico y alude a la falsedad de sus postulados en temas que atañen especialmente a la biología y que están siendo difundidos en centros educativos a través de todas las etapas educativas. Como se denuncia en el libro La Coeducación Secuestrada. Crítica feminista a la penetración de las ideas transgeneristas en la educación. (Octaedro, 2022), el alumnado está siendo engañado por transactivistas que llevan a cabo charlas y talleres en los centros y en los que niegan la realidad material del sexo induciéndoles a creer que en los recién nacidos el sexo “se asigna” y, aún más, que el sexo se puede cambiar a voluntad porque depende de sentimientos. Aunque dichos sentimientos parece que pueden fluctuar libremente en el caso de algunos hombres adultos con sólo su palabra, al contrario que en la infancia donde deben de ser “fijados” mediante drogas hormonales que bloquean su desarrollo.

Y, en tercer lugar, está la crítica a la ideología queer desde la filosofía política, la cual interpreta que el ideario trans sirve a los mismos intereses que la doctrina neoliberal al situar por encima del bien común los deseos de un grupo social minoritario, al mismo tiempo que emplea métodos de cancelación y sanción -que en España nos retrotraen a la dictadura de Franco- ante cualquier duda o crítica a sus postulados. De esta manera, la llamada posmodernidad transgenerista, respaldada por grandes inversionistas, impone sus conceptos de diversidad e inclusión privilegiando a un colectivo creado artificialmente, en menoscabo de los principios de igualdad y justicia que afectan a toda la humanidad. Y esta situación, que en términos políticos podría denominarse como de “dominio oligárquico”, que nos aleja de la verdadera democracia caracterizada por la protección de la libertad de expresión y la búsqueda del equilibrio entre los intereses de todos los grupos sociales, es defendida por partidos políticos y sindicatos que dicen ser de izquierdas (sic). Aunque, a pesar las críticas que se hacen al transgenerismo desde diferentes campos de conocimiento y experiencia, observamos con sorpresa que, en la mayoría de los medios y en las RRSS, la ideología transgenerista se “vende” como un movimiento social en pro de una mejora de la democracia y de unos derechos humanos no reconocidos (aunque no se cite nunca cuáles son esos derechos) y la más mínima duda sobre sus auténticos fines conlleva la descalificación y la amenaza, como bien han experimentado ya muchas feministas de dentro y fuera de nuestras fronteras

Pero no sólo hay coincidencia entre el transhumanismo y el transgenerismo en sus objetivos y campo de aplicación, también observamos la misma sintonía en los intereses económicos que concurren detrás de estas ideologías como ejemplifica la figura de M. Rothblatt ,un acaudalado empresario norteamericano autodeterminado como mujer transgénero después de tener cuatro hijos como varón, quien se considera transhumanista además de transgénero, y cuyos negocios en la industria biofarmacéutica obtuvieron en 2018 el reconocimiento de “grupo económico con mayores ingresos anuales en el mundo empresarial”. Rothblatt también preside una organización –Terasem Movement Foundation– dedicada a la investigación de la tecnología para la superación de los límites biológicos.

Y es que tanto el transhumanismo como el transgenerismo representan negocios multimillonarios. La conocida como industria trans, según análisis del sector, ha pasado de generar 8.000.000 de euros anuales a 3 billones en 5 años. Un superávit comprensible cuando se observa el aumento de adolescentes trans en todos los países. En España, el informe Trànsit elaborado a partir de los datos de una conocida clínica transgénero de Barcelona por la asociación Feministes de Cataluña, demuestra un incremento de transiciones del 7.600% en solo unos años. El tránsito de los cuerpos hacia lo imposible, dominados por el deseo de llegar a ser lo que no son, asegura así pacientes de por vida. De este modo, la infancia y la adolescencia, bajo el apelativo trans, han pasado a estar en el centro experimental de lucrativas operaciones del mundo financiero.

Finalmente, volviendo a una de las preguntas que ha iniciado esta reflexión: ¿supone el transhumanismo una mayor igualdad entre mujeres y hombres? La respuesta evidente es otra vez un no rotundo. Ni la mercantilización de los cuerpos que conlleva el transhumanismo ni la deriva del mismo que supone el transgenerismo con sus leyes misóginas, responden al mundo equitativo que pretende el feminismo. Como señala Alicia Miyares en su libro Delirio y misoginia trans. Del sujeto transgénero al transhumanismo (Catarata, 2022), las tesis transhumanistas no nacen para combatir la desigualdad sexual ni social, sino que surgen de la riqueza en alianza con la biotecnología, mientras que el movimiento feminista se alza a partir del pensamiento de la Ilustración y del humanismo como una respuesta a la desigualdad y la injusticia en la que se mantiene a las mujeres. Y es esta diferencia en origen y objetivos la que coloca al feminismo como primer baluarte en la lucha contra el transgenerismo transhumanista y la que hace, a su vez, que el feminismo sea combatido con auténtica fiereza desde ambos movimientos.


Puedes leer aquí el artículo original.


Un comentario en «Transhumanismo y generismo queer»

  • el 02/02/2023 a las 12:33
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    Enhorabuena por el artículo, es brutal y certero. Deseando leer el libro que me llega hoy
    Gracias por arrojar luz a tanta oscuridad.

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