Efecto mariposa de las leyes trans
Artículo de DoFemCo en el periódico El Común
DoFemCo ( Helena Massó Millán, profesora de secundaria y Araceli Muñoz de Lacalle, psicóloga educativa).
El llamado “efecto mariposa” es una analogía empleada para explicar la teoría del caos. Fue acuñada en 1973 por el científico E.N. Lorenz (*) con el fin de señalar que alteraciones aparentemente inocuas de una variable pueden llegar a generar efectos masivos e incontrolables, es decir, que una determinada acción puede provocar un efecto considerable que en principio no parecía corresponderse con el elemento desencadenante.
Pues bien, este concepto nos puede ayudar a entender lo que está ocurriendo con la aplicación de las leyes trans autonómicas en los centros educativos.
Un centro educativo, especialmente en la etapa de Secundaria, es un lugar en el que pueden llegar a convivir diariamente unas 1000 personas entre alumnado, personal docente, personal de administración y servicios y familias.
Aunque supone uno de los principales ámbitos educativos y de socialización para nuestra infancia y adolescencia, muchos aspectos de su realidad cotidiana y funcionamiento interno, como el Reglamento de Régimen Interior -la norma que rige la convivencia de toda la comunidad educativa- se ignoran por gran parte de la sociedad.
¿Y cuál es “el efecto mariposa” de la aprobación de leyes de autodeterminación de género en la vida de los centros educativos? ¿ Cómo afecta a las personas que conviven diariamente en ellos? ¿De qué modo se generan incongruencias entre las distintas normativas que rigen la vida de los centros al abrir la posibilidad de que los sentimientos pasen a adquirir la categoría de derechos y la discrepancia con esta posibilidad pase a ser objeto de castigo?
Para el alumnado:
El mensaje que estas leyes hace llegar en primer lugar al alumnado es que el sexo no es real y que el género constituye la esencia de las personas. La absoluta confusión de conceptos que transmite tiene un efecto devastador sobre nuestro alumnado. Desde este presupuesto, les resulta difícil entender que el género no es el sexo de las personas, sino los estereotipos sociales asociados a su masculinidad o femineidad y que, por tanto, estar disconforme con el género no significa que nuestro sexo no sea real o que nuestro cuerpo esté equivocado y, lo que es más, que los cambios estéticos que producen los tratamientos farmacológicos o la cirugía (esto es, la amputación de mamas, pene y órganos sexuales internos) en los cuerpos de las personas que transicionen, son una ficción estética y no significan cambiar de sexo.
Por otro lado, las niñas necesitan lugares seguros en un momento especialmente delicado de su desarrollo (primeras menstruaciones, cambios notorios en sus caracteres sexuales primarios y secundarios) en el que empiezan a sentir de manera aplastante la presión de los mandatos de género. Pues bien, el efecto de estas leyes es que las niñas están perdiendo sus espacios protegidos, como los aseos y los vestuarios del gimnasio, y con ellos su derecho a la seguridad.
Habría que preguntarse si la mayoría de las niñas (y muchos niños) se sienten cómodas y seguras compartiendo aseos con niños “autodeterminados” como niñas sin necesidad de otra justificación que su simple manifestación. No tiene mucho sentido que por un lado se pretenda luchar contra el bullying a la vez que se dinamitan los espacios protegidos ya consolidados.
Para el profesorado:
El efecto más perverso es convertirnos en cómplices de la detección de menores que no cumplen con los estereotipos de género, cómplices en abandonar a las familias en manos de asociaciones transactivistas que les manipulan para que consientan llevar a cabo prácticas que pondrán en peligro la salud y el futuro de sus criaturas y cómplices en transmitir ideas acientíficas, arcaicas y sexistas (ejemplo: el sexo se puede cambiar, hay cerebros de niños y de niñas, la preferencia por un color puede definir el sexo, etc.). Nos encontramos con que después de estudiar en clase de biología que el sexo es binario, en las tutorías el alumnado recibe charlas de personas transactivistas validando las existencia de múltiples identidades asociadas al sexo y al género, negando el binarismo sexual y acusando de “transfobia” a toda aquella persona que se atreva a contradecirles.
El profesorado asiste atónito a la cancelación y pérdida de la libertad de expresión que establece nuestra Constitución y se ve expuesto a sufrir acusaciones de delito de odio sólo por nombrar a un alumno con un pronombre no acorde con su identidad sentida o por afirmar, por ejemplo, que el sexo es inmutable en los cursos sobre ideología trans a los que obligatoriamente tiene que asistir. Toda crítica a esta ideología puede suponer multas económicas cuantiosas y sanciones a nivel laboral según establecen las 44 leyes trans autonómicas aprobadas, así como la reciente “Ley Rhodes”.
Además de esto, algunas CCAA ya han reservado un cupo “trans” para el acceso a la función pública como ya existe para otras situaciones, como la discapacidad. La diferencia es que cualquier discapacidad o grado de dependencia se ha de acreditar debidamente para evitar fraudes. Sin embargo, con las leyes de “autodeterminación de género” cualquier opositor se puede acoger a dicho cupo “trans” sin acreditar su situación, lo que supone que mientras que unos opositores tienen que competir duramente por su plaza, otros entran por la puerta de atrás sin más prueba que su palabra.
Para los padres y madres:
Como es previsible, los padres y madres en general, en principio suelen sentir consideración por los casos de niños y niñas que manifiestan “haber nacido en el cuerpo equivocado”. Sin embargo, su percepción suele cambiar cuando se enteran del tipo de información que les están dando a sus hijas e hijos en los llamados talleres de formación trans en los que les siembran dudas sobre su propio sexo, les hablan de prácticas sexuales no acordes a su edad y les cuentan que pueden cambiar de sexo a voluntad.
Para las familias, según las leyes aprobadas y las que están en curso, el peor efecto es que negarse al proceso de transición sexual de sus criaturas puede suponer la pérdida de la patria potestad. Si los hijos o hijas manifiestan su autodeterminación de género y dan su “consentimiento”, pueden, desde el inicio de la pubertad, comenzar tratamientos con bloqueadores hormonales que les provocarán cambios irreversibles y todo esto al margen del conocimiento o la autorización de sus padres y madres.
Los deseos no son derechos:
¿Pero, hasta dónde puede llegar la “autodeterminación” manifestada por un niño o niña sin valoración profesional ni seguimiento especializado de disforia? ¿Y qué otros efectos se pueden derivar de la autodeterminación de cada individuo?
¿Se podría aplicar también la noción de “autodeterminación” al cumplimiento de horarios lectivos? ¿Podría un alumno o alumna auto-determinar si va a asistir o no a clase en función de cómo fluya su identidad? ¿Tendrá potestad para decidir si sigue o no los calendarios de exámenes establecidos por su centro escolar sin necesidad de justificar las ausencias a las convocatorias? ¿Podrá decidir un alumno o alumna si acatará o no las normas de convivencia de su centro si manifiesta malestar o incomodidad con ellas, aunque hayan sido acordadas por el resto de la comunidad educativa? Y más aún, ¿podrá un docente “transicionar” respecto del cumplimiento de las programaciones de su departamento didáctico? ¿O asistir a su puesto de trabajo en función de cómo fluya su identidad de sexo o género ese día? ¿Dónde pondremos el límite cuando los deseos de unas personas choquen con los deseos de otras? ¿Y cuándo pongan en peligro los derechos o la integridad de una mayoría?
Estas preguntas son sólo un ejemplo de los problemas que están generando las leyes trans en los centros educativos y del caos que se deriva de su aplicación a todos los niveles.
Una sociedad que legisla la negación del acceso a la ciencia y al conocimiento de la realidad a las generaciones futuras, que antepone los intereses económicos de poderosos grupos sociales sobre la razón y que se rige por una ideología neoliberal insaciable que fagocita a las mujeres, es una sociedad que se autodestruye. Como profesionales de la educación, no podemos callar ante esta situación, tenemos que decir alto y claro NO a la ideología trans que nos invade y a sus efectos en los centros educativos.
(*) Edward N. Lorenz “La esencia del caos”. Ed: Debate (2000)
Accede a la publicación del artículo en el diario El Común.